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domingo, 10 de mayo de 2009

Espanto

Puede desaparecer el encantamiento y en su lugar un espanto, el mío, de quien soy, un drama de lo que llevo adentro. El vacío y el silencio -insoportables- confabulan para raptar algo que es nuestro desde antes, desde siempre. Una voz seria y a veces burlona, me dice que el amor espera, y mientras tanto puedo disfrazar la tormenta. ¿Drama? Sí, la vida estancada, el corazón apretado y la razón torpe y ansiosa de todo y de nada. Sí, la tragedia de nuestras soledades y el desatino del tiempo son como una obra de teatro. Ahí estamos, fingiendo nuestros papeles, intentando algún personaje, obsesionados con entender las ambigüedades de un autor desconocido que sin embargo es dueño de la trama.

Si el autor habla, el personaje le pertenece, pero si el personaje pregunta, la obra entra en caos, se detiene frente al espejo y no hay nada que contar. La novela de Rimbaud es imposible, ¿Quién puede superar a Beethoven? Cuando la tragedia se convierte en cuerpo y alma, no hay acción posible, no hay historia, queda la obra, intocable, inmortal.

El rapto, entonces, sería la huida hacia el vacío, la búsqueda del precipicio, y el silencio, la eterna respuesta de la verdadera contemplación. ¿Quién le dice a un lirio, cuando y cómo soltar sus aromas? La palabra no es más que el arrullo, el grito de todos los santos y la estrategia de un secreto a voz en grito. La voz burlona, es el libro que no he leído, el país que no conozco y la sinfonía inconclusa; esta voz permanece en silencio y finge de seria para que el remedo de algún hombre le conceda autoridad.

¿El amor espera? El autor que no posa, sabe que el amor se afana a desaparecer, como han desaparecido los hombres; nada de la emoción pura permanece en el mundo, si así fuera, las palabras y el viento serían uno al mismo tiempo. La palabra Mí Amor, La palabra mi amor.

viernes, 25 de abril de 2008

El ciruelo


Nunca imagine el infierno, señoras redondas y hombres sin sexo se acomodaban las alas frente a una hilera de niñas que repetían “padre nuestro que estas en el cielo…”

Mi primer vestido blanco comulgo con un escenario de alucinación; en el pecho llevaba un pañuelo rojo que escondí con orgullo de mártir porque mi abuela nunca fue una santa y podía comer, dormir y vestir de nube.


“Y la primavera me brindó la risa repugnante del idiota.”


Deje la leche y el azúcar atrás y no cultive culpas ni placeres. Un día me levante en medio de otra divinidad, entro por mi ventana y rompió el espejo, juro que vi un árbol de ciruelo; salía del pubis y florecía en la medula espinal. No tuve un momento para observar mi tiempo, de nuevo construía un cielo; mas cercano, palpable, posible. Nadie puede tener el cielo en las manos, se huele en el cuerpo.


“¡Ah, es eso! El reloj de la vida se ha detenido hace un momento. Ya no estoy en el mundo.”


He de suponer que a todos les pasa, a mi en cambio me obsesionó hasta encontrarme en medio de una inquietud física imperturbable; me he sumergido en los aciertos y desaciertos de la química, he negado a los apóstoles en nombre de Dios y su tragedia ha sido miel para mis apetitos.


“La sangre pagana renace. El Espíritu está cerca, ¿por qué no me ayuda Cristo dando a mi alma nobleza y libertad? ¡Ay, el Evangelio ha fenecido! ¡El Evangelio! El Evangelio.

Yo espero a Dios con gula. Soy de raza inferior por toda la eternidad.”


Mi obsesión, amable y generosa no resulto tan mía: las virtudes se han hecho de pecados, las camas resultan ceremoniales y en el centro un alma insensata reclama certidumbres.


“No me creo embarcado para unas bodas, con Jesucristo por suegro.”


Las velas del tiempo me tendieron la trampa y yo creí que no caía, la modernidad me nombro gato y mis contemporáneos rata. Cierro los ojos para apartarme del cielo y veo a las mujeres redondas devorando alas y amasando hombres.


“¿A quién alquilarme? ¿Qué bestia hay que adorar? ¿Qué santa imagen atacamos? ¿Qué corazones romperé? ¿Qué mentira debo sostener? ¿Entre qué sangre caminar?”


Esta mañana es de vigilia, huele a fruta podrida ¿son ciruelas acaso?