lunes, 8 de junio de 2009

Lejanía devota

Parece que siempre voy hacia el mismo lugar, no importa cuántos caminos tome, de qué forma lo haga, siempre me dirijo allí.
Hay quienes dicen que la sorpresa siempre los visita, otros guardan distancia; llegan de vez en cuando miradas nuevas, oídos despiertos, pero no logro valorarlos. Lo sé, voy hacia ese lugar como los muertos al cementerio, y finalmente a las cenizas.
Tú insistes en seguir, soy quien lleva el timón, por eso te parece nuevo este traje, y estas paredes con el papel de decorado de tus abuelas. Si pudiera traducir el cansancio, quizás, sería posible la pregunta y en consecuencia, la respuesta de los dioses, las ninfas y los saltimbanquis.

Pretendo prosas ajenas, asumo falsos testimonios y suspiro en medio de sudores que destilan sal y canela. La vía láctea se disfraza de sol. Mira las estrellas que titilan de angustia... A dónde el marinero, la sirena y la brújula de nuestros vientos.

Me canso de oír porque nadie escucha... el hartazgo como verborrea silente hace estragos en las misivas sin destinatario. Todos los días tengo frío y en miles de ríos me ahogo con solo palpar sus aguas.

Ninfas y vírgenes, por qué me llaman.
Mantos de rosas y paños sudorosos aun culpan mis pechos. Tú decías que eran mieles, tú fingías calores, tú que no podías abandonar su abrigo.

Parece que siempre voy hacia el mismo lugar, de palabras y poetas se arman los caminos, a donde voy ya no regresas y siempre me dirijo allí.

Lluvia ácida

Cuando llueve, no necesariamente hace frio pero la humedad logra colarse a través de la ropa, y el cuerpo somete el ánimo a la búsqueda de algo entre el afecto y el calor; no sé cuantas noches llevo sintiendo las sabanas mojadas y heladas. Mi primo Renato compró un calentador de ambiente y decidió que los lunes podía usarlo yo, asi que el resto de días mi cama es similar a una malteada que no termina de derretirse; ésto me ha hecho apegarme aún más a Violeta, el oso de rayas que me dejo A cuando se fue. Mario dice que es infantil, pero el pobre está muerto de celos porque no puede dormir conmigo, eso es todo. Renato lo encuentra encantador y hasta lo he sentido entrar en medio de la noche para subirle la intensidad al calentador sólo para que yo sueñe con veranos y el pobre muñeco salga volando de mi cama con todo y cobijas. Pero eso no se lo cuento a Mario. Esta mañana vino a desayunar con un ratoncito de peluche que nisiquiera puedo abrazar, llegué a creer que era un llavero. No entiendo porqué pensó en una competencia de cursilería. Lo bese igual, puse cara de sorpresa y por dentro atesoré una carcajada que se unió al ridículo de tener a "mis cuarenta años", dos muñecos de peluche sobre la cama y un novio que vive con su mamá.