martes, 27 de enero de 2009

Carro bomba en la 82 con novena. Todos estamos bien.

Lloré, nada raro la verdad, sólo chille al igual que miles de personas en el mundo en este momento, lloré como deben estar llorando, amigos y familiares de las victimas de la explosión que sacudió anoche el norte de Bogotá y las muchas otras que sacuden esquinas y campos en todo el mundo. Lo espantoso, lo cruel, es que sentimos alivio porque ninguno de los que conocemos ha sido afectado, todos estamos bien. Por eso lloré, por el alivio y la impotencia sobre los otros, por la conciencia de los otros, por el miedo egoísta de que alguno de los seres que amo, pudiera haber sido afectado por el horror. Es egoísta, porque una vez se calmaron mis angustias, pase horas al teléfono, de vuelta a mi realidad, a mis miedos, a mis intereses.

Quise salir hasta la carrilera porque generalmente el tren pasa a la media noche, pero salí porque quería gritar: “hijueputas, son todos unos hijueputas, dos personas están muertas y otras se pueden morir, sólo porque ustedes son hijueputas…” Gritar esto, y que se ahogara con el estruendo del tren, gritar hasta que no me quedara voz, porque al fin y al cabo no sirve de mucho tenerla. Pero esta noche el tren no paso y me he devuelto, temblando de frío, llorando y riendo, porque todos los que amo, esta noche, hasta donde sé, duermen bien.

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